domingo, 1 de septiembre de 2024

Cuando lo mediocre desplaza a lo excepcional: Aplicando la Ley de Gresham más allá de la economía.

 

La Ley de Gresham, tradicionalmente entendida en el ámbito económico, establece que “el dinero malo expulsa al dinero bueno”. En su formulación clásica, se refiere a la tendencia de que, en un entorno donde coexisten dos tipos de moneda, la de menor valor o calidad tiende a circular con más frecuencia que la de mayor valor, que es acaparada o guardada. Aunque esta ley ha sido históricamente aplicada al mundo financiero, su lógica puede extrapolarse a diversos ámbitos de la vida, como el liderazgo, la cultura organizacional, la educación y otros sistemas sociales. Era un principio que aprendí de mi añorado padre, quien solía recordarlo con frecuencia. En estas líneas quiero compartir mi idea, seguramente nada original, de cómo el principio subyacente de la Ley de Gresham puede manifestarse en esas otras áreas, expulsando o desplazando la calidad en favor de lo mediocre o lo inferior.

Uno de los campos más evidentes donde la Ley de Gresham puede observarse es en el liderazgo y la gestión de organizaciones. Es común en algunas empresas o instituciones, que líderes mediocres o incompetentes desplacen a aquellos que son verdaderamente competentes y visionarios. Esto ocurre porque los líderes menos cualificados pueden tener menos escrúpulos para tomar decisiones que beneficien a corto plazo o que sean populares entre sus superiores, pero que a largo plazo son perjudiciales para la organización. Estos malos líderes suelen rodearse de personas igualmente mediocres, creando una cultura organizacional donde el talento y la ética se ven marginados. Por el contrario, los líderes competentes que buscan el bienestar a largo plazo, la innovación y la integridad, a menudo se ven forzados a abandonar la organización o son reemplazados por aquellos que prefieren una gestión más complaciente y menos exigente. En este sentido, la Ley de Gresham se manifiesta en la expulsión del “buen” liderazgo en favor de un “mal” liderazgo, lo que puede llevar al deterioro gradual de toda la organización.

La cultura organizacional es otro ámbito donde puede aplicarse la Ley de Gresham. En un entorno donde los valores como la mediocridad, la falta de ética, la deslealtad o la complacencia se vuelven predominantes, estos tienden a desplazar y eventualmente a eliminar aquellos que aplicaban buenas prácticas y valores, como la excelencia, la honestidad y la dedicación. Por ejemplo, en una organización donde no se valora la innovación, las ideas nuevas y los enfoques creativos son vistos como amenazas, y quienes los proponen son marginados o ignorados. De este modo, la cultura dominante de mediocridad expulsa la cultura de excelencia.

Este fenómeno también se puede observar en las dinámicas de equipo. Un equipo que inicialmente está compuesto por miembros altamente motivados y competentes puede deteriorarse si se incorporan nuevos miembros que no comparten esos mismos valores o estándares. Si estos miembros menos comprometidos comienzan a establecer la norma de comportamiento, los miembros originales pueden verse desmotivados o incluso pueden decidir abandonar el equipo, dejando atrás un entorno menos productivo y menos creativo.

En el ámbito educativo, la Ley de Gresham puede manifestarse en cómo se percibe y se valora el conocimiento. En sistemas educativos donde se prioriza la aprobación sobre el aprendizaje, el “mal dinero” en forma de diplomas o calificaciones vacías tiende a desplazar al “buen dinero”, es decir, al conocimiento verdadero y, sobre todo, al pensamiento crítico. Los estudiantes, al ver que el sistema recompensa la memorización y el cumplimiento mínimo sobre el entendimiento profundo, pueden optar por seguir el camino fácil, mientras que aquellos que se esfuerzan por comprender realmente la materia se ven desmotivados o incluso castigados por no ajustarse al molde.

Este fenómeno también puede observarse en cómo se seleccionan y se promueven a los docentes. En algunos contextos, los educadores más innovadores y exigentes pueden ser desplazados por aquellos que se limitan a seguir currículos preestablecidos sin cuestionarlos ni mejorarlos. Así, la calidad educativa se degrada, y los estudiantes, que deberían ser los beneficiarios de una enseñanza de calidad, terminan recibiendo una educación inferior.

Otro campo relevante es el de la cultura y las artes. Aquí, la Ley de Gresham se manifiesta cuando las producciones artísticas o culturales de baja calidad desplazan a aquellas de mayor valor artístico o intelectual. Este fenómeno es particularmente evidente hoy en día en la industria del entretenimiento, donde el contenido que apela al mínimo común denominador (por ejemplo, programas de televisión con argumentos simples, música con letras triviales, etc.) tiende a dominar sobre las obras y programas más complejos o desafiantes. El “dinero malo” en este caso es el contenido que, aunque popular, carece de profundidad o valor duradero. A medida que este tipo de contenido se vuelve más rentable y recibe más atención, desplaza a las producciones de mayor calidad, que son vistas como menos comerciales o "demasiado exigentes" para el público general. El resultado es una homogeneización de la cultura, donde las expresiones artísticas más ricas y variadas son relegadas a un segundo plano o incluso desaparecen.

La tendencia de los buenos a ser expulsados por los malos y mediocres en ámbitos como los mencionados u otros puede explicarse en parte por la naturaleza humana y las dinámicas de poder que operan en estos entornos. Los individuos competentes y éticos a menudo están más enfocados en el logro de objetivos a largo plazo, en la integridad de sus acciones y en la búsqueda de la excelencia, lo que los lleva a operar con un alto sentido de responsabilidad, lealtad y autocontrol. Sin embargo, estas mismas cualidades pueden hacer que se conviertan en blancos fáciles para aquellos que buscan beneficios inmediatos o que operan bajo principios menos rigurosos. Los mediocres o incompetentes, al no estar limitados por los mismos principios o escrúpulos, pueden manipular situaciones, utilizar tácticas de sabotaje o cultivar relaciones de conveniencia que les permiten ascender o mantenerse en posiciones de poder. Los buenos, al ser más reticentes a participar en estas dinámicas de poder sucias, a menudo optan por retirarse en silencio o por concentrarse en otras oportunidades donde su integridad y habilidades sean valoradas, dejando el campo libre a quienes no tienen reparos en aprovecharse del sistema. Esta retirada no es tanto una señal de debilidad, sino una elección consciente de no comprometer sus valores, aunque el costo sea su propia marginación.

Si bien la Ley de Gresham parece tener una aplicación universal en múltiples contextos de la vida, esto no significa que sus efectos sean inevitables. Reconocer cómo y dónde actúa esta dinámica puede ser el primer paso para contrarrestarla. En cada uno de los ejemplos discutidos, la clave para resistir la tendencia de que lo malo desplace a lo bueno es crear sistemas de incentivos y estructuras que valoren y promuevan la calidad, la integridad, la responsabilidad y la excelencia. En el ámbito del liderazgo, esto podría implicar la implementación de evaluaciones de desempeño más rigurosas y una cultura organizacional que premie la innovación y la responsabilidad a largo plazo. En la educación, reformar los sistemas de evaluación para que reflejen el verdadero aprendizaje y no solo el rendimiento superficial podría ayudar a preservar el valor del conocimiento. En la cultura y las artes, el apoyo a las producciones independientes y la educación, sobre todo la educación, podrían contrarrestar la predominancia de productos comerciales de baja calidad.

Después de todo, si en la vida permitimos que el “dinero malo” expulse al “dinero bueno” sin tomar acción, pronto nos encontraremos en un mundo donde lo único que sobra es cambio suelto en los bolsillos. Y, como todos sabemos, con un poco de calderilla no se compra la felicidad, ni mucho menos el éxito.