La Ley de Gresham,
tradicionalmente entendida en el ámbito económico, establece que “el dinero
malo expulsa al dinero bueno”. En su formulación clásica, se refiere a la
tendencia de que, en un entorno donde coexisten dos tipos de moneda, la de
menor valor o calidad tiende a circular con más frecuencia que la de mayor
valor, que es acaparada o guardada. Aunque esta ley ha sido históricamente
aplicada al mundo financiero, su lógica puede extrapolarse a diversos ámbitos
de la vida, como el liderazgo, la cultura organizacional, la educación y otros
sistemas sociales. Era un principio que aprendí de mi añorado padre, quien
solía recordarlo con frecuencia. En estas líneas quiero compartir mi idea,
seguramente nada original, de cómo el principio subyacente de la Ley de Gresham
puede manifestarse en esas otras áreas, expulsando o desplazando la calidad en
favor de lo mediocre o lo inferior.
Uno de los campos más
evidentes donde la Ley de Gresham puede observarse es en el liderazgo y la
gestión de organizaciones. Es común en algunas empresas o instituciones, que
líderes mediocres o incompetentes desplacen a aquellos que son verdaderamente
competentes y visionarios. Esto ocurre porque los líderes menos cualificados
pueden tener menos escrúpulos para tomar decisiones que beneficien a corto
plazo o que sean populares entre sus superiores, pero que a largo plazo son
perjudiciales para la organización. Estos malos líderes suelen rodearse de
personas igualmente mediocres, creando una cultura organizacional donde el
talento y la ética se ven marginados. Por el contrario, los líderes competentes
que buscan el bienestar a largo plazo, la innovación y la integridad, a menudo
se ven forzados a abandonar la organización o son reemplazados por aquellos que
prefieren una gestión más complaciente y menos exigente. En este sentido, la
Ley de Gresham se manifiesta en la expulsión del “buen” liderazgo en favor de un
“mal” liderazgo, lo que puede llevar al deterioro gradual de toda la
organización.
La cultura organizacional
es otro ámbito donde puede aplicarse la Ley de Gresham. En un entorno donde los
valores como la mediocridad, la falta de ética, la deslealtad o la complacencia
se vuelven predominantes, estos tienden a desplazar y eventualmente a eliminar
aquellos que aplicaban buenas prácticas y valores, como la excelencia, la
honestidad y la dedicación. Por ejemplo, en una organización donde no se valora
la innovación, las ideas nuevas y los enfoques creativos son vistos como
amenazas, y quienes los proponen son marginados o ignorados. De este modo, la
cultura dominante de mediocridad expulsa la cultura de excelencia.
Este fenómeno también se
puede observar en las dinámicas de equipo. Un equipo que inicialmente está
compuesto por miembros altamente motivados y competentes puede deteriorarse si
se incorporan nuevos miembros que no comparten esos mismos valores o estándares.
Si estos miembros menos comprometidos comienzan a establecer la norma de
comportamiento, los miembros originales pueden verse desmotivados o incluso
pueden decidir abandonar el equipo, dejando atrás un entorno menos productivo y
menos creativo.
En el ámbito educativo,
la Ley de Gresham puede manifestarse en cómo se percibe y se valora el
conocimiento. En sistemas educativos donde se prioriza la aprobación sobre el
aprendizaje, el “mal dinero” en forma de diplomas o calificaciones vacías
tiende a desplazar al “buen dinero”, es decir, al conocimiento verdadero y,
sobre todo, al pensamiento crítico. Los estudiantes, al ver que el sistema
recompensa la memorización y el cumplimiento mínimo sobre el entendimiento
profundo, pueden optar por seguir el camino fácil, mientras que aquellos que se
esfuerzan por comprender realmente la materia se ven desmotivados o incluso
castigados por no ajustarse al molde.
Este fenómeno también
puede observarse en cómo se seleccionan y se promueven a los docentes. En
algunos contextos, los educadores más innovadores y exigentes pueden ser
desplazados por aquellos que se limitan a seguir currículos preestablecidos sin
cuestionarlos ni mejorarlos. Así, la calidad educativa se degrada, y los
estudiantes, que deberían ser los beneficiarios de una enseñanza de calidad,
terminan recibiendo una educación inferior.
Otro campo relevante es
el de la cultura y las artes. Aquí, la Ley de Gresham se manifiesta cuando las
producciones artísticas o culturales de baja calidad desplazan a aquellas de
mayor valor artístico o intelectual. Este fenómeno es particularmente evidente
hoy en día en la industria del entretenimiento, donde el contenido que apela al
mínimo común denominador (por ejemplo, programas de televisión con argumentos
simples, música con letras triviales, etc.) tiende a dominar sobre las obras y
programas más complejos o desafiantes. El “dinero malo” en este caso es el
contenido que, aunque popular, carece de profundidad o valor duradero. A medida
que este tipo de contenido se vuelve más rentable y recibe más atención,
desplaza a las producciones de mayor calidad, que son vistas como menos
comerciales o "demasiado exigentes" para el público general. El
resultado es una homogeneización de la cultura, donde las expresiones
artísticas más ricas y variadas son relegadas a un segundo plano o incluso
desaparecen.
La tendencia de los
buenos a ser expulsados por los malos y mediocres en ámbitos como los
mencionados u otros puede explicarse en parte por la naturaleza humana y las
dinámicas de poder que operan en estos entornos. Los individuos competentes y
éticos a menudo están más enfocados en el logro de objetivos a largo plazo, en
la integridad de sus acciones y en la búsqueda de la excelencia, lo que los
lleva a operar con un alto sentido de responsabilidad, lealtad y autocontrol.
Sin embargo, estas mismas cualidades pueden hacer que se conviertan en blancos
fáciles para aquellos que buscan beneficios inmediatos o que operan bajo
principios menos rigurosos. Los mediocres o incompetentes, al no estar
limitados por los mismos principios o escrúpulos, pueden manipular situaciones,
utilizar tácticas de sabotaje o cultivar relaciones de conveniencia que les
permiten ascender o mantenerse en posiciones de poder. Los buenos, al ser más
reticentes a participar en estas dinámicas de poder sucias, a menudo optan por
retirarse en silencio o por concentrarse en otras oportunidades donde su
integridad y habilidades sean valoradas, dejando el campo libre a quienes no
tienen reparos en aprovecharse del sistema. Esta retirada no es tanto una señal
de debilidad, sino una elección consciente de no comprometer sus valores,
aunque el costo sea su propia marginación.
Si bien la Ley de Gresham
parece tener una aplicación universal en múltiples contextos de la vida, esto
no significa que sus efectos sean inevitables. Reconocer cómo y dónde actúa
esta dinámica puede ser el primer paso para contrarrestarla. En cada uno de los
ejemplos discutidos, la clave para resistir la tendencia de que lo malo
desplace a lo bueno es crear sistemas de incentivos y estructuras que valoren y
promuevan la calidad, la integridad, la responsabilidad y la excelencia. En el
ámbito del liderazgo, esto podría implicar la implementación de evaluaciones de
desempeño más rigurosas y una cultura organizacional que premie la innovación y
la responsabilidad a largo plazo. En la educación, reformar los sistemas de
evaluación para que reflejen el verdadero aprendizaje y no solo el rendimiento
superficial podría ayudar a preservar el valor del conocimiento. En la cultura
y las artes, el apoyo a las producciones independientes y la educación, sobre
todo la educación, podrían contrarrestar la predominancia de productos
comerciales de baja calidad.
Después de todo, si en la
vida permitimos que el “dinero malo” expulse al “dinero bueno” sin tomar
acción, pronto nos encontraremos en un mundo donde lo único que sobra es cambio
suelto en los bolsillos. Y, como todos sabemos, con un poco de calderilla no se
compra la felicidad, ni mucho menos el éxito.